Buscad al Señor y Su Poder
¡Amados por Dios!
Yo, el ministro de la Iglesia de Kovel, Vasily Makarus
os saludo con las palabras de nuestro Señor Jesús Cristo:
“¡La Paz esté con vosotros!”
La gente desde el principio de la creación del mundo o era fiel a Dios, o era infiel. Para ser fiel se debe creer en la palabra oída de Dios y seguirle. Esto significa revivir y vivir para siempre, ahora en esta tierra. El mismo hecho de negarse a ir por el camino del pecado es una manifestación de la vida espiritual del hombre. Dios no quiere la muerte del pecador, Él quiere que el pecador se aparte de sus pecados, y se convirtiera a Dios y que viva para siempre: “¡Vivo Yo!”, dice el Señor Dios, “No quiero la muerte del pecador, sino que el pecador se aparte de su caminoy así tenga vida” (Ezequiel 33:11).
En el Evangelio se muestra un claro ejemplo de vivificación espiritual: El encuentro de una mujer samaritana con Jesús. Nos cuenta la historia de cómo la mujer, que había tenido cinco maridos antes y estaba viviendo con un sexto hombre que no era su marido, reconoció a Jesús como el Cristo y creyó que Él es el Hijo de Dios, el Mesías, y se fue a la ciudad para anunciar acerca de Él (Juan 4:4-42). Este ejemplo muestra que Jesús abrió la posibilidad a la mujer de recibir el agua viva, para revivirla, ya que estaba muerta en sus pecados. Cuando ella Le pidió el agua viva y el Señor le dió el agua viva, el corazón de la mujer se llenó de fe, para tener una vida eterna. Ella revivió precisamente porque Jesús le señaló sus pecados, reveló su secreto, y ella creyó que Jesús es Dios. Y ella llevó el agua viva para los demás habitantes de Samaria, que también revivieron después de su predicación – ellos creyeron. Pues está escrito: “el justo alcanzará la vida por la fe …” (Romanos 1:16-17, Hebreos 10:38-39).
¿Por qué Cristo hizo testigo a una mujer pecadora en Samaria? ¿Por qué no condenó, y fue generoso con los pecadores y los fornicarios? Porque Jesús vino a este mundo para salvar a los pecadores. Perdonándolos mostró EL GRAN PODER DE LA PAZ DE SU AMOR en el perdón de los arrepentidos. Quien se ha arrepentido y no vuelve a pecar, se vuelve FIEL y UN HOMBRE QUE VENCE en un caso concreto y sobre un pecado concreto, que habita en el corazón del hombre, y que actúa en su carne. Pero el hombre no tiene un solo pecado, sino que tiene muchos vicios que debe condenar conscientemente en sí mismo y vencerlos. Así se vuelve cada vez mejor y mejor para ser UN VENCEDOR, nacido de Dios, que no peca, y el maligno no le toca. El nacido de Dios tiene poder sobre su cuerpo pecaminoso, por eso él puede guardarse a sí mismo y se guarda a sí mismo del pecado (Lucas 14:26-33, Apocalipsis 12:11, 1Juan 5:18).
De la primera Epístola de Juan 5:19, nos convencemos que todo el mundo está lleno de maldad: “…el mundo entero yace en maldad”. Si un hombre puede a veces volverse malo, aunque se le llame creyente, aún no ha salido de este siglo, por lo que yace en la maldad. Por lo tanto, es necesario salir con el alma de este siglo y establecerse en Jesús Cristo, en la Palabra. Conociendo la Palabra, nosotros conocemos a Dios, y permaneciendo en el Verdadero Hijo de Dios Jesús Cristo, tenemos la vida eterna.
En este camino, no debe haber dudas, sólo se debe seguir adelante, logrando una victoria total sobre el pecado, sobre todo tipo de pecados que Jesús llamó el mal. “Porque desde adentro, del corazón del hombre, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los robos, las avaricias, la maldad, el engaño, el libertinaje, el ojo envidioso, la blasfemia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y manchan al hombre” (Marcos 7:21-23). Cabe señalar que todas estas maldades manchan al hombre. Pero la Novia de Jesús Cristo, la Verdadera Iglesia, es sin mancha ni arruga y sin ningún defecto. Ella es así, y lo seguirá siendo en la Tierra hasta el arrebatamiento (1 Tesalonicenses 4:13-18). La Verdadera Iglesia es santa, porque se santificó totalmente: el espíritu, el alma y el cuerpo. Si alguien no está santificado, entonces está manchado, porque entre lo santificado y lo manchado no existe ninguna posición neutral. Por lo tanto, si hoy la persona bautizada con el Espíritu Santo, se atreve a mancharse con las obras de la carne, eso significa que ofende al Espíritu Santo (Hebreos 10:26-31).
Es pertinente señalar que el Espíritu Santo desciende sobre un hombre de la carne con el fin de que pueda volverse espiritual: PURO Y SANTO. “Al obedecer a la verdad, por medio del Espíritu, habéis purificado vuestras almas …” (1 Pedro 1:22-25). “…Porque así como ofrecisteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y a la iniquidad, para obrar iniquidad, así ofreced ahora vuestros miembros como esclavos a la justicia, para obrar santidad. Porque cuando eran esclavos del pecado, eran libres en cuanto a la justicia. ¿Qué fruto, pues, teníais entonces? Aquellas obras que al presente os avergüenzan, porque el fin de ellas es la muerte. Mas ahora, libres del pecado y hechos esclavos de Dios: VUESTRO FRUTO DE ESTO ES LA SANTIDAD y el resultado final, la vida eterna” (Romanos 6:19-22). Si una persona no se convierte en santo, según lo enseñado por el Espíritu Santo, entonces será una de las vírgenes necias (Mateo 25:1-13). Para evitar esto, es necesario que se cumplan las Escrituras. En primer lugar, es necesario constantemente juzgarse a sí mismo, para que antes del Día del Juicio condenar en si mismo todo lo pecaminoso. “Pero si nos juzgáramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados” (1 Corintios 11:31). Y mientras la llamada continúa, y exista lugar para el arrepentimiento, es necesario hacer lo que Jesús dijo a la mujer adúltera, “Vete, no peques más en adelante” (Juan 8:11). Es necesario de forma consciente y firme decidirse a servir al Señor, porque “nosotros no somos de los que se vuelven atrás para su perdición …”, “…ninguno que pone su mano en el arado y sigue mirando atrás, es apto para el Reino de Dios” (Hebreos 10:39, Lucas 9:61-62). La mujer de Lot siendo infiel, miró hacia atrás y murió, convertiéndose en una estatua de sal. Ella murió en el camino de la vida. Por lo tanto, todo lo que es pecado, también significa la muerte. Pero lo terrible es que, al continuar pecando, una persona puede morir la segunda muerte, en la que no hay arrepentimiento (Apocalipsis 21:8). Adán murió la primera muerte en el Paraíso, cuando pecó. La segunda muerte es la apostasía. Una persona comienza a morir la segunda muerte cuando practica el pecado, después de haberse arrepentido y haber recibido el Agua del Bautismo y el Bautismo Espiritual. Él, con sus pecados crucifica de nuevo en sí mismo al Hijo de Dios, por segunda vez se vuelve muerto para Dios y vivo para el príncipe de este mundo: “En cuanto a vosotros, estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales vivisteis en otro tiempo según el proceder de este mundo, y conforme a la voluntad del príncipe del imperio del aire, el espíritu que ahora actúa en los hijos rebeldes…” (Efesios 2:1-3); “Porque es imposible que los que una vez recibieron la luz y gustaron el don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo. Y que así mismo gustaron la buena palabra de Dios, y las virtudes del siglo venidero, Y después recayeron, sean otra vez renovados para el arrepentimiento, cuando ellos crucificaron de nuevo en sí mismos al Hijo de Dios y se burlaron de Él …” (Hebreos 6:4-8).
Todos los pecados son cometidos por las personas en las tinieblas, en la ignorancia, “…y el pueblo, ignorante, se pierde” (Oseas 4:11-14). Con el fin de no perecer, hay que tener prisa por salvarse de la ignorancia, de la muerte. ¿Pero cómo, de qué modo? Incluso a un hombre como Timoteo, el Apóstol Pablo le señaló para que SE SALVASE, profundizándose en sí mismo y en la enseñanza (1 Timoteo 4:13-16). En Apocalipsis 21:7-8 dice: “El que vence heredará todas las cosas, y Yo seré su Dios, y él será Mi hijo. Mas a los cobardes e infieles, a los abominables y homicidas, a los fornicarios y hechiceros, y a los idólatras, y a todos los mentirosos, tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre. Ésta es la segunda muerte.” Las personas que vencen no pueden ser cobardes, infieles, abominables, homicidas, inmorales (eso son los adúlteros y los fornicadores), hechiceros, idólatras y mentirosos. ¿Por qué en la Sagrada Escritura señaló a todos los mentirosos? Porque los mentirosos son diferentes. Cuando la gente promete y no cumple la promesa, se arrepiente y peca de nuevo, este es el tipo más común de la mentira, con la que la gente se engaña a sí misma, y también dicen que todos los mandamientos de Dios son imposibles de cumplir. El Evangelio dice, que también por las palabras ociosas, no sólo por las obras, la gente responderá en el Día del Juicio (Mateo 12:35-37). Por lo tanto, uno debe preguntarse, ¿Si vale la pena ir al lago de fuego por los siglos de los siglos para ser atormentado junto con el diablo por una palabra o por un momento de placer pecaminoso? ¿No es mejor ser EL HOMBRE QUE VENCE? Así que ahora, después del bautismo Espiritual, de cada uno de nosotros, que tiene libertad para elegir, depende, en donde pasará su eternidad. Desde que creimos que Jesús Cristo vino a salvar a Su pueblo de los pecados de ellos, debemos preguntarnos constantemente a nosotros mismos: ¿De qué pecados y cómo debe ser EL PROCESO DE SALVACIÓN en cada uno de nosotros?, ¿y lo qué significa LA SALVACIÓN, que tenemos que lograr? (Mateo 1:21, Filipenses 2:12-16).
En la epístola de Santiago 1:1–15–27 se argumenta que en el momento de cometer el pecado se engendra la muerte, porque la lujuria que obra en el hombre es la autoridad de la muerte. En el versículo 21 dice: “…recibid con mansedumbre la palabra implantada en vosotros, la cual puede salvar vuestras almas”. ¿Salvarnos de qué? De los pecados, de los deseos pecaminosos, de las concupiscencias, de la muerte. Por lo tanto, los salvados son aquellas personas que cumplen con la Palabra. Ya que la salvación depende de cada uno de nosotros. Mi salvación depende de mí, la salvación de cada uno de los llamados depende de él mismo. Pero primero hay que investigar y conocer lo que el Evangelio llama el pecado, por cuales obras y hechos no entrará la gente en el Reino de los Cielos y permanecerán en la tierra maldita, en el infierno.
En las epístolas del Apóstol Pablo a los Gálatas y Efesios se indican obras hechas por las concupiscencias de la carne, los deseos de la carne: “Digo pues: Andad en el Espíritu, y no cumpliréis las concupiscencias de la carne. Porque la carne desea lo que es contrario al Espíritu, y el Espíritu lo que es contrario a la carne, pues uno y otro se oponen de manera que no hagáis lo que queréis. Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. Las obras de la carne son evidentes, las cuales son: adulterio, fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, envidia, ira, contiendas, disensiones, herejías, odio, homicidios, borracheras, desenfrenos, y cosas semejantes a estas; de las cuales os denuncio, como ya os he anunciado, que los que hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios” (Gálatas 5:16-21). “Así que esto digo, y requiero por el Señor, que no andéis más como las otras naciones, que andan en la vanidad de su mente. Teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron el sentido moral, se entregaron al libertinaje para cometer con avidez toda clase de impureza. Pero vosotros no así conocisteis a Cristo; porque vosotros habéis oído sobre Él y en Él habéis sido enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. A que dejéis vuestra antigua manera de vivir, el viejo hombre que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias. Y a renovarnos en el espíritu de vuestra mente, y vestir el nuevo hombre que es criado conforme a Dios en justicia y en santidad de verdad. Por lo cual, dejada la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros. Si os enojáis, no queráis pecar: no sea que se os ponga el sol estando todavía vuestro enojo; y ni deis lugar al diablo. Si alguno robaba, no robe más, sino que se esfuerce trabajando honradamente con sus propias manos para que pueda ayudar al que está necesitado. Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca; sino la que sea buena para edificación de la fe, para que impartan gracia a los que escuchan. Y no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios en Quien fuisteis sellados en el día de la redención. Toda amargura, y enojo, e ira, y gritos, y maledicencia sea quitada de vosotros junto con toda maldad. Antes bien sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como también Dios en Cristo os perdonó” (Efesios 4:17-32).
Las personas que no obedecen a esta enseñanza de los Apóstoles se mantienen carnales. Pero hay otra categoría de personas, las de Cristo. Sobre ellos en la epístola a los Gálatas 5:22-24 dice: “los que pertenecen a Cristo, han crucificado la carne con sus vicios y concupiscencias (deseos desordenados, codicias)”. ESTE ES EL CAMINO, la obra y el propósito de la vida, la posibilidad de convertirse en una persona nueva, UNA NUEVA CRIATURA EN CRISTO JESÚS. “Porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis vestidos. No hay Judío, ni gentil; no hay esclavo, ni libre; no hay sexo entre hombre, ni mujer: porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (2 Corintios 5:17, Gálatas 3:26-28). En consecuencia, no existe más ninguna emoción pecadora, estos son LOS MIEMBROS TERRENALES MUERTOS. “Por lo tanto, mortificad todo lo que es propio de la naturaleza terrenal: la fornicación, la impureza, las pasiones desenfrenadas, la mala concupiscencia y la avaricia, la cual es servicio de ídolos ...” (Colosenses 3:5-11). Por lo consiguiente, EL HOMBRE QUE VENCE SE REVELA SER EL HIJO DE DIOS, porque no es guiado por el deseo de la carne y los pensamientos pecaminosos, sino por el Espíritu de Dios, la Palabra de Dios, por eso él está SALVADO DE SUS PECADOS.
Y ¿cómo obrar, si sabes que esto no se debería hacer, pero que aún así lo deseas? Debes abstenerse del pecado y rogar a Dios para que dé EL PODER VICTORIOSO, que es necesario para vencer el deseo, para no querer pecar, con el fin de obtener la victoria total sobre un pecado concreto, para gobernar tu propio cuerpo, tus deseos. En ningún caso, no podemos permitir que los deseos nos dominen, es necesario que nosotros dominemos nuestros deseos. De este modo, con el poder del Espíritu Santo mortificamos las obras de la carne, y nos volvemos vivos, justificados y salvados, o sea pertenecientes a Cristo (Isaías 53:11-12; Romanos 5:6-9).
En cuanto al perdón. Dios da el perdón al hombre que se arrepintió, creyendo en el nombre de Jesús Cristo. Si nos arrepentimos con sinceridad y nunca más hacemos lo que hemos hecho, recibiremos el perdón de Dios en el nombre de Jesús Cristo (1 Juan 1:9). Por lo tanto, uno debe creer en el Evangelio tan fuertemente, no sólo para no hacer pecado, sino que también para no pensar en ello. Lo que significa llegar a ser santos, y más concretamente, vuestro cuerpo y espíritu deben volverse santificados.
Ya hemos mencionado que todos los bautizados con el Espíritu Santo no deben pecar, para no morir la segunda muerte en la que no hay arrepentimiento y no se conviertan en eternos prisioneros del infierno. Todos los que no alcancen a arrepentirse, permanecerán en sus pecados. Estas personas no perdonadas, se encuentran en la primera muerte, que han heredado de Adán, y más tarde, de sus padres. Sus almas están en el mal, estas almas están en el infierno. Por lo tanto, a la humanidad entera le queda solo una forma para salir de la maldición, arrepentirse hoy, porque el mañana puede no llegar a ser (Lucas 13:1-5).
¿Cómo lograr el arrepentimiento (el arrepentimiento como un proceso continuo)? ¿Cuáles son las etapas del crecimiento espiritual por las que cada persona debe pasar? ¿Que es lo que dice sobre esto la Verdad en la Sagrada Escritura? Y el Apóstol Pedro les predicó: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Cristo, para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38). Mas adelante leemos: ... quienes recibieron el bautismo del Espíritu Santo, deben armarse en contra de su propia naturaleza pecaminosa “…nosotros mismos, que tenemos la primicia del Espíritu, nosotros también suspiramos dentro de nosotros mismos, aguardando la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Romanos 8:23).
La siguiente etapa es obtener de Dios LOS DONES ESPIRITUALES, para que sea posible alcanzar la perfección espiritual. Sobre esto dice: “…Con todo, anhelad los mejores dones; mas aun yo os muestro un camino más excelente” (1 Corintios 12:27-31). Necesitamos perfeccionarnos en el conocimiento de Dios y llenarnos “DEL CONOCIMIENTO DE SU VOLUNTAD, en toda sabiduría y comprensión espiritual …” (Colosenses 1:9-10). “Por eso, dejando a un lado la enseñanza elemental sobre Cristo, apresuremos a la perfección …” (Hebreos 6:1-2). Llegando “de fe en fe”, “de poder en poder”, abrirse paso hacia adelante, “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo” (Romanos 1:17, Salmo 83:8 Efesios 4:13).
El logro cada vez en mayor medida DEL PODER DE PAZ DE AMOR DE DIOS no debe terminarse dentro de sí mismo, en cada uno de nosotros, mientras vivamos en la tierra. Jesús vive para siempre. Nosotros también necesitamos empezar AHORA A VIVIR PARA SIEMPRE, como Dios, vivir en el amor, cumpliendo Su Palabra. La Palabra de Dios siempre guía fiel al corazón, es el Camino de la Verdad. En este Camino crecen LOS HIJOS DEL DÍA, que “FUERON HECHOS PARTÍCIPES DE LA NATURALEZA DIVINA, SUBSTRAYÉNDOSE a la corrupción que reina en el mundo a causa de la concupiscencia” (1 Tesalonicenses 5:5-8, 2 Pedro 1:4). Lograr esa medida de crecimiento espiritual solo es posible cuando amamos con todo el corazón a los Dones del Espíritu Santo, Que nos enseña lo que nos conviene.
Para que en nuestros corazones haya la libertad, cada quien debe estar alerta a su corazón y velar en las oraciones. Y no sólo en las oraciones, sino también en la vida cotidiana, en todos los lugares donde nos encontramos (Colosenses 4:2-4). Jesús dijo: “Mirad, velad y orad ...” (Marcos 13:31-33-37). Esto se debe hacer constantemente – “Sed templados, y velad; porque vuestro adversario el diablo, cual león rugiente, anda alrededor buscando a quién devorar” (1 Pedro 5:8). Velar, es ser guiado por el Espíritu de Dios: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”, “¡Bienaventurado es el pueblo que conoce el llamado de la trompeta! Andan, SEÑOR, a la luz de Tu rostro” (Romanos 8:14, Salmo 89:16). Por lo tanto “si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión entre nosotros, y la Sangre de Jesús Cristo, Su Hijo nos purifica de todo pecado” (1 Juan 1:7).
La luz del Hijo de Dios puede iluminar a cualquier hombre y cualquier tiniebla. Sólo entonces el corazón y la mente realmente se vuelven iluminados, el hombre se vuelve capaz de darse cuenta de sus pequeñas perturbaciones, y hasta de sus pensamientos pecaminosos. Solo entonces en el hombre se manifiesta LA LUCHA consigo mismo. LA LUCHA, es un proceso de confrontación, cuando “la carne desea lo que es contrario al Espíritu, y el Espíritu lo que es contrario a la carne, pues los dos se oponen entre sí”, “Los atletas se privan de todo, y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros, en cambio, por una incorruptible. Así que yo de esta manera corro, no como a cosa incierta, ni lucho como quien da golpes al aire. Más bien, pongo mi cuerpo bajo disciplina y lo esclavizo, no sea que habiendo predicado a otros yo me vea indigno” (Gálatas 5:16-17-26; 1 Corintios 9:25-27). Sin embargo, un hombre fiel se pone al lado del Espíritu, y por lo tanto se convierte en EL HOMBRE QUE VENCE y crece espiritualmente, aunque no haya vencido todos los pecados, y sólo haya comenzado a vencerlos. Para vencerse a sí mismo, hay que negarse a sí mismo y todo lo que tenemos, amar la pureza con todo el corazón y orar con instancia, porque “el Reino de los Cielos es tomado con poder, y los que se esfuerzan logran aferrarse a él” (Mateo 11:12). A través de las oraciones fervientes y súplicas se adquiere el Poder de Dios, es así que se logra la salvación: “…afánense con temor y profunda reverencia en lograr su salvación” (Filipenses 2:12).
Mucha gente no piensa mucho en lo que es LA SALVACIÓN y cómo lograrla. A cerca de Jesús, el Ángel predijo: “Él salvará a Su pueblo de los pecados de ellos” (Mateo 1:21). La esencia de la salvación es la liberación por Dios de la esclavitud del pecado y de la culpa del pecado. ¿En que se diferencia el pecado de la culpa del pecado? El pecado habita en el hombre constantemente, “yo soy carnal, vendido a sujeción del pecado” (Romanos 7:14). El pecado que habita en el hombre, es la capacidad de pecar, es la ley del pecado y de la muerte. Hasta cierto tiempo, la corrupción interna del hombre no se manifiesta. Pero solo el pecado se manifiesta a través de la acción de la carne esto ya es la culpa del pecado. El pueblo de Israel ofrecía sacrificios por la culpa del pecado, pero la capacidad de cometer el pecado quedaba en la gente. Esto significa que antes de la resurrección de Jesús Cristo de los muertos, el pecado no podía ser destruido en la conciencia humana, de modo que los sacrificios por el pecado se ofrecían siempre. Muchas personas de nuestro tiempo están retrasadas dos mil años por el hecho de que ellos, como los antiguos, se limitan solamente a la oración: “Señor, perdóname por el pecado cometido”. No se dan cuenta de que viven en una nueva época, con nuevas posibilidades. El Padre Celestial, en Su Hijo Jesús Cristo abrió el Camino Nuevo y Vivo: “Jesús le dice: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie llega al Padre, sino sólo por medio de Mí” (Juan 14:6). En este Camino se puede obtener no sólo el perdón, sino también la redención, la justificación y la santificación de nuestro espíritu, alma y cuerpo.
La experiencia demuestra que es necesario orar sinceramente, con fe plena y concretamente nombrar aquello que se quiere recibir de Dios: “Padre Celestial, en el nombre de Tu Hijo Jesús Cristo, Que ha vencido y Que ha muerto por los pecados del mundo entero, creyendo en el Poder de la Sangre de Jesús Cristo, la Sangre del Nuevo Testamento. Te lo suplico, déjame también a mí ser el hombre que vence ...” Pasará un tiempo determinado de constantes oraciones sinceras, y Dios os dará la victoria sobre el pecado concreto, contra el que habéis orado y se multiplicará en vosotros la alegría de la salvación. Si la victoria se multiplica, también se multiplica la alegría. Así se logra la alegría perfecta. Así se abre la posibilidad de vencer, destruir y abolir por completo el pecado EN SÍ MISMO. Él, ya no manchará nuestro cuerpo y nuestra conciencia se purificará. Porque está escrito: “…cualquiera que es nacido de Dios, no peca; …y el maligno no le toca” (1 Juan 5:18). ¡Feliz es el hombre cuya conciencia fue purificada por Jesús Cristo con Su Propia Sangre Santa! Después de la purificación en su corazón actúa: LA LEY DEL ESPIRITU DE LA VIDA en Cristo Jesús, la ley que liberó a aquel hombre de la ley del pecado y de la muerte (Romanos 8:2). Leemos: “Dice el Señor: Pondré Mis leyes en la mente de ellos, y sobre el corazón de ellos las escribiré; y Yo seré su Dios, y ellos serán Mi pueblo. Y no habrá de enseñar cada uno a su prójimo ni a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos Me conocerán, desde el menor hasta el mayor. Porque Yo seré misericordioso a sus injusticias, y de sus pecados y de sus iniquidades no me acordaré más” (Hebreos 8:8-10-12). En este estado el hombre no sólo es perdonado, sino que también se domina a sí mismo (Proverbios 16:32). El hombre que rige sus sentidos, está salvado de los pecados, él ya no es el esclavo, él es libre, porque tiene LA REDENCIÓN ETERNA que Jesús Cristo adquirió con Su Propia Sangre Santa. “…Porque si la sangre de machos cabríos y de toros, y la ceniza de la vaquilla rociada sobre los contaminados, santifican para la purificación del cuerpo, ¡cuánto más la Sangre de Cristo, Quien mediante el Espíritu Santo ofreció a Sí Mismo sin mancha a Dios, purificará nuestras conciencias de las obras muertas para servir al Dios vivo y verdadero!” (Hebreos 9:11-13-14).
El derecho a ser el hombre que vence es de cada uno. Dios “quiere que todos los hombres sean salvos y que lleguen al pleno conocimiento de la Verdad” (1 Timoteo 2:3-4). Los Ángeles de Dios también esperan la adopción, la redención de nuestro cuerpo y revelación de los hijos de Dios. “Porque sabemos que todas las criaturas (Ángeles de Dios) suspiran juntamente y sufre hasta ahora. Y no sólo ellas sino también nosotros mismos, que tenemos la primicia del Espíritu, nosotros también suspiramos dentro de nosotros mismos, aguardando la adopción, la redención de nuestro cuerpo» (Romanos 8:22-23). Debemos sentir en sí mismos la necesidad de LA ADOPCIÓN Y LA REDENCIÓN DE NUESTRO CUERPO. Porque dice: “¡Purificaos, vosotros que lleváis las vasijas del SEÑOR!”, “Purifiquémonos de toda inmundicia de nuestra carne y nuestro espíritu”, “Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo ciertamente está muerto por el pecado, pero el espíritu está vivo por la justicia” (Isaías 52:11, 2 Corintios 7:1, Romanos 8:10). Si Cristo reina en nosotros, Él nos gobierna a nosotros, nosotros somos Su sacerdocio real: “Pero vosotros sois raza elegida, real sacerdocio, gente santa, pueblo de su propiedad a fin de que manifestéis las excelencias de Aquel Que os ha llamado de las tinieblas a Su luz maravillosa. Porque en un tiempo ustedes no eran pueblo, pero ahora son pueblo de Dios; eran aquellos a los que no habíais alcanzado misericordia, mas ahora habéis alcanzado misericordia” (1 Pedro 2:9-10).
Muchas personas permanecen indiferentes a su santificación. Y no es sorprendente. ¿Acaso puede un hombre conocer LA VOLUNTAD DE DIOS, QUE ES NUESTRA SANTIFICACIÓN, si al principio no sabe qué tipo de obras manchan al hombre? ¿Si no se conoce la enfermedad, ¿cómo saber con que curarla? El Evangelio indica la mancha (la contaminación) que se produce a través de la lengua del hombre: “…la lengua está puesta entre nuestros miembros, la cual mancha todo el cuerpo, e inflama la rueda de la vida, y ella misma es inflamada por el infierno ...” (Santiago 3:5-18). ¿Cómo pudo suceder que nuestra lengua esté gobernada por el infierno? ¿Por qué los pensamientos, que al parecer son nuestros, según el Evangelio, son la muerte misma?, y el cuerpo, que al parecer es nuestro, se dice que es el cuerpo en el que se viste la muerte: “La forma de pensar que es de la carne es muerte ...” y “¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 8:6; 7:24). En consecuencia, nuestra lengua, los pensamientos y el cuerpo no deben permanecer bajo la autoridad del infierno y de la muerte, debemos santificarnos. En el Evangelio se dice que la lengua del hombre es como el timón de un barco, que es gobernado por el timonel. Si vuestro timonel decide enemistarse con alguien, entonces vosotros debéis saber que ese timonel no es el que debe vivir en vuestro corazón, cambiad el timonel, de lo contrario él, os llevará a la perdición. Jesús dijo: “Generación de víboras, ¿cómo podéis hablar bien, siendo malos? porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34), también dice “El que no peca en palabras es un hombre perfecto de verdad, que es capaz de refrenar también todo su cuerpo” (Santiago 3:2). Después de haber aprendido a refrenar su lengua, el hombre llega a ser espiritualmente perfecto, capaz de refrenar su cuerpo, sus inclinaciones y emociones. Resulta ser que nuestras palabras no son tan insignificantes e inofensivas. Nuestras palabras son la medida de nuestra santificación, porque “El buen hombre del buen tesoro de su corazón saca bien; y el mal hombre del mal tesoro de su corazón saca mal; porque de la abundancia del corazón habla su boca” (Lucas 6:45). Debemos ser responsables por nuestras palabras, “porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado” y “en el Día del Juicio, cada cual habrá de responder de toda palabra vacía que haya pronunciado” (Mateo 12:36-37). Si el hombre cree que por las palabras responderá ante Dios, entonces, aprenderá a vencer sus emociones y no hablará palabras vacías. Dejad que el Señor os bendiga en este camino para lograr la victoria total sobre sí mismos, para salir por la puerta de la tierra maldita por causa del pecado de Adán (Juan 10:9; Génesis 3:17). Es necesario analizar y comprender cuales obras se quedarán en la tierra maldita y caerán en el lago de fuego, y cuales obras irán al Cielo (Apocalipsis 21:8). Pues, se dice: “Por eso se ensanchó el infierno y abrirá su boca sin medida, y allá descenderá la gloria de ellos, y su fausto, y su alboroto y todo los que esta en él se regocijará”, “Y oí una voz del cielo que me decía: Escribe: Bienaventurados son los muertos, que de aquí en adelante mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, y sus obras los siguen» (Isaías 5:14, Apocalipsis 14:13).
Es necesario que todos los creyentes escojan el camino angosto y la puerta estrecha para entrar en la vida (Mateo 7:13-14). En el Reino de Cristo y de Dios serán aquellos que pertenezcan a Cristo, que hayan crucificado a la carne con sus vicios y concupiscencias (Gálatas 5:22-24, Efesios 5:1-5). Para pasar de la muerte a la vida y SER EL HIJO DE DIOS, es necesario tener sed del agua viva y ser el hombre que vence. “Entonces dijo El que está sentado en el trono: "Yo estoy haciendo todo nuevo." Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: "¡Ya está hecho! Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, al que tenga sed, Yo le daré del manantial del agua viva gratis. El que vence heredará todas las cosas, y Yo seré su Dios, y él será Mi hijo” (Apocalipsis 21:5-7). ¿Cómo se logra TODO esto en la práctica?
El Apóstol Pablo llama a dejar los principios elementales de la enseñanza de Cristo y acelerar hacia la perfección espiritual. ¿Y cómo dejamos la edificación del primer piso? Comenzamos a construir el segundo. En la epístola a los Hebreos 6:1-3 dice que el Bautismo en Agua y el Bautismo Espiritual, son el principio de la base de la enseñanza de Cristo. Por lo tanto, sobre esta base, es necesario que nosotros mismos, como de piedras vivas edifiquemos “de sí mismos una casa espitirual, un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por medio de Jesús Cristo” (1 Pedro 2:1-5-11). ¿Quién es el hombre perfecto? Es el hombre, cuyos sentimientos distinguen el bien del mal (Hebreos 5:13-14). Él ha logrado tal nivel espiritual en el que, aún viviendo en la tierra, ha creado el corazón nuevo y el espíritu nuevo para no morir con un corazón viejo, para no morir la segunda muerte en la que no existe el arrepentimiento (Ezequiel 18:31-32, Apocalipsis 21:8). Aquellos que se han santificado por amor al Reino de los Cielos, para que su espíritu, alma y cuerpo se santifiquen, ellos SON LOS HIJOS DE LA PRIMERA RESURRECCIÓN, los bienaventurados y los santos (Apocalipsis 20:6). Leyendo el Evangelio, nos enteramos de que a pocas personas se les llama santos. Pero debemos santificarnos “…Yo soy el SEÑOR vuestro Dios, vosotros por tanto os santificaréis, y seréis santos, porque Yo soy santo ...” (Levítico 11:44). El Apóstol Pablo escribió: “…presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo ...” (Romanos 12:1-2). Por lo tanto, todos deben pensar en cómo hacer un sacrificio vivo y santo de su cuerpo ansioso de las cosas de este siglo, en el cual ha entrado y donde domina el pecado y las lujurias. Sobre esto se dice: “Por tanto, no reine el pecado en vuestro cuerpo mortal, para que le obedezcáis en sus deseos”, “Por esta razón, así como el pecado entró en el mundo por medio de un solo hombre y la muerte por medio del pecado, así también la muerte pasó a todos los hombres, por aquel solo Adán en quien todos pecaron”; pero a nosotros nos es dada la oportunidad de hacernos partícipes de la naturaleza divina, substrayéndose a la corrupción que reina en el mundo a causa de la concupiscencia (Romanos 6:12, Romanos 5:12, 2 Pedro 1:3-4-11).
Y a Caín, ¿por cuál puerta, y a qué siglo lo atrajo el pecado? ¿Y de dónde? Dios advirtió a Caín: “…el pecado yace a la puerta; él te atrae a vos hacia él, pero tú dominalo a él” (Génesis 4:7). Es precisamente a través de la desobediencia a la Palabra de Dios: QUE DOMINA al pecado, que el alma de Caín se volvió de cara al pecado y de espaldas a Dios para salir por la puerta, dejando la Palabra del Señor (Jeremías 2:27; 7:23-24). Caín no siempre fue así como lo imaginamos. Pues él ofrecía sacrificios a Dios y podía pensar en sí mismo como un buen creyente. Sin embargo, sus obras eran malas (1 Juan 3:12). Y así es hoy en día. Pensando que sirve a Dios, la gente puede complacer al príncipe de este mundo, es decir, al diablo, que atrae hacia sí. Y no solo atrae hacia sí. Él atrae, y más aún con ayuda de las lujurias y concupiscencias él batalla contra el alma. (1 Pedro 2:11). ¿En qué siglo puede morir el alma: en este pasajero o tras el féretro? Sólamente en este, ésta ES LA MUERTE SEGUNDA. ¿Cuál es la diferencia entre la agonía del cuerpo y la agonía del alma? La agonía del cuerpo es la muerte física, mientras que la agonía del alma es la que llega a través de los pecados mortales cometidos (Romanos 1:21-32). Sabemos que el alma es eterna. Pero, ¿dónde y cuándo debe el alma eterna recibir la vida eterna, para escapar de la muerte segunda? Leyendo de nuevo el capítulo 14 del Evangelio de Lucas, me pregunto, con respecto a todos los invitados a la cena: ¿Se negaron deliberadamente a la invitación? Los que compraron un campo y bueyes se disculparon, pero aquel que se casó no se disculpó. Enojado con los invitados el señor dijo: “Ninguno de aquellos hombres que fueron invitados, gustará mi cena ...”, porque todos los invitados no eligieron la Voluntad del señor para ser elegidos. Ellos perdieron la oportunidad de VIVIR PARA SIEMPRE (Lucas 14:15-24). Estos hijos de la ira se quedaron carnales: cumpliendo los deseos de la carne y de la mente (Efesios 2:1-3). Por lo tanto, es necesario mortificar en si mismo sus miembros terrenales y concupiscencias de la carne (Colosenses 3:5-6). Solamente así la gente empieza a ser y convertirse en discípulos de Jesús Cristo (Lucas 14:26, 33), solamente así alcanzan a la plenitud (Efesios 4:13, 17-24). Este es el camino hacia la victoria a través de la lucha.
El Apóstol Pedro escribió: “Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os apartéis de las concupiscencias de la carne que batallan contra el alma” (1 Pedro 2:11). Todos somos conscientes de que las guerras entre las partes en conflicto comienzan en la frontera, donde termina el propio territorio y comienza el territorio del enemigo. Consiguientemente, tenemos que definir los límites de nuestro territorio con el fin de saber qué es lo que tenemos que defender. Por lo tanto, si las concupiscencias de la carne están en guerra contra el alma, entonces esto significa que nuestra alma y nuestro cuerpo son enemigos entre sí. Un hombre se puede comparar con un territorio, dividido entre dos siglos, donde reinan el cuerpo y el alma. El cuerpo es gobernado por las lujurias y los pensamientos de la carne, esto es la muerte que obra. Mientras que nuestra alma, a la que Dios vivificó por medio de Jesús Cristo en el momento del bautismo del Espíritu Santo, dandonos el Don de Hablar en Otras Lenguas, es el territorio vivo – donde obran los pensamientos Espirituales que son la vida y la paz. “Y cuando Pablo les impuso las manos, descendió sobre ellos el Espíritu Santo, y ellos empezaron a hablar en otras lenguas y profetizaban”, “…Porque los que viven conforme a la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que viven conforme al Espíritu, en las cosas del Espíritu. La forma de pensar que es de la carne es muerte, pero la manera de pensar que es del espíritu es vida y paz. Por cuanto la forma de pensar que es de la carne es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede ...” (Hechos 19:6; Romanos 8:4-5-7-10).
En una persona, independientemente de su voluntad nacen deseos diferentes. La voz de la carne, insiste: “yo quiero”, pero la voz del Espíritu, dice, “tu no debes”. La conciencia, bajo el nombre de “Yo” decide de qué lado estar: En el lado de la carne o en el lado del Espíritu. A la voluntad de este “Yo”, después del bautismo del Espíritu Santo, no hay quien la obligue a la fuerza, solamente se ofrece una elección. Una persona es LIBRE de elegir, se encuentra en la frontera de dos siglos, de este y de aquel siglo, eligiendo a su amo. Eva en el Paraíso eligió la voluntad de la antigua serpiente, al diablo, por la que murió (Génesis 3:1-21). Desde entonces, todas las personas en la tierra, nacidas de la carne y la sangre, nacen espiritualmente muertas (Efesios 2:1-3). Y solamente Dios por Su Misericordia, habiendo llamado al hombre a SU CAMINO DE LA VIDA, vivifica su alma. El hombre se hace LIBRE, como señor de su destino (Gálatas 5:1,13; 1 Corintios 11:31). Este siglo, a través de las concupiscencias de la carne quiere volver a conquistar el alma para llevarla bajo la autoridad de la muerte, para encerrar en LA MUERTE SEGUNDA, donde no existe el arrepentimiento (Apocalipsis 21:8). El otro mundo, es el siglo de la Palabra de Dios, esto es la casa de Dios, EL ARCA DE LA SALVACIÓN ETERNA, el Reino de los Cielos, El Mismo Jesús Cristo – la Palabra. A medida que cumplimos los mandamientos de Dios, la Palabra mora en nosotros en lugar de las obras de la carne juzgadas y vencidas por nosotros. Por lo tanto, adquiriendo la capacidad del Espíritu hacemos morir las obras de la carne (Romanos 8:12-14). Esta es la vida eterna por la fe en Jesús Cristo en el Reino de los Cielos, que crece como una medida de levadura en tres medidas de harina hasta que fermentará todo – SE SANTIFICA. Nuestro espíritu, nuestra alma y nuestro cuerpo se convierte en el Reino de los Cielos (Lucas 13:20-21). Se santifica y se convierte en el eterno Reino de los Cielos solamente LA ESPOSA, – La Iglesia de Jesús Cristo. “Y vino a mí uno de los siete Ángeles Que tenían las siete copas llenas de las siete postreras plagas, y habló conmigo, diciendo: Ven, Yo te mostraré la esposa, la novia del Cordero” (Apocalipsis 21:9).
El deseo de mi corazón bajo cualquier circunstancia, es ser testigo de Jesús Cristo, agradar a Dios, vivir en la santa fe hasta el final y cumplir los santos mandamientos. Con amor por la santidad, cantar en voz alta con la alegría de la libertad de Dios, cantando a la vez con los sentimientos de mi corazón, Cantos Espirituales con el Espiritu Santo en Otras Lenguas como un sacrificio al Señor. Lo mismo deseo para todos vosotros (Efesios 5:19; Salmo 100).
¡La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor, Jesús Cristo con amor inalterable! ¡Amén!
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